martes, 17 de septiembre de 2013

1.2.6 Socialismo

Para su transcripción en el Avance Programático:

El socialismo es el control de los medios de producción por parte de los trabajadores, organizados en un gobierno proletario, ya sean soviets, comunas o organizaciones de representación gremial más específicas. El proletariado es la clase social que sostiene el capital, siendo que los capitalistas, hasta en la actualidad, mantienen formas de explotación que les permiten grandes ganancias y la continuación de una desigualdad sistémica. Según el mismo Marx, una respuesta sería que cada miembro de la sociedad aporte lo que pueda y a su vez, cada ciudadano reciba según sus necesidades. Está pensado el socialismo como parte de una dinámica social cuyas relaciones sean perfectibles en la medida que la sociedad se empodere.

Esto es un aspecto teórico, que en su práctica no se llevó a cabo ni siquiera en los países llamados socialistas. Sin embargo, se mantiene como una perspectiva que contrapone una lógica, manteniendo el trabajo como categoría central. El socialismo implica, por tanto, como dice Wikipedia, una planificación y una organización colectiva y consciente de la vida social y económica.

A decir del filósofo mexicano, Enrique González Rojo Arthur, las relaciones de producción generaron el socialismo, al que podemos denominar ideología de la clase obrera. A partir del medioevo, los trabajadores habían atravesado cuatro grandes etapas: la producción artesanal –que corresponde principalmente al feudalismo-, la cooperación simple, la manufactura y el maquinismo– que se asocian al capitalismo. El proletariado organizado por sus condiciones de trabajo, y víctima de una explotación multilateral inmisericorde, repudia la desigualdad y sueña con su emancipación. Algunos miembros de otras clases –baja nobleza, burgueses y, sobre todo, intelectuales- se hacen eco de esos sentimientos igualitarios (herederos de los de la Conjuración de los iguales) y elaboran un ideario al que acabó por dársele el nombre de socialismo.

Este socialismo incipiente tiene también sus antecedentes inmediatos: uno, anterior a la Revolución Francesa, en Rousseau; y otro, en el proceso mismo de la revolución, en el movimiento de los igualitarios (Babeuf, Buonarroti, etc.). Los primeros socialistas son intelectuales. ¿Por qué? Porque el intelectual, al tener como base de su posición social, no un título de nobleza ni una propiedad industrial, sino sus conocimientos, posee la autonomía suficiente para pronunciarse a favor de la igualdad.

Marx y Engels utilizan el término utopía, en un sentido divergente al empleado por los clásicos del género. El uso que hacen de este concepto es francamente peyorativo, ya que identifican el pensamiento utópico con lo puramente imaginario. Seré más preciso: un planteamiento utópico es, para ellos, aquel en el que, aun encarnando algo deseable o francamente mejor a lo existente en sentido ideal, resulta irrealizable en el contexto de su pura formulación. Los utopistas piensan, por ejemplo, que el minucioso diseño de una organización social superior servirá de modelo a las colectividades del presente para iniciar un proceso de perfeccionamiento tendente areconformarse en el sentido del ideal. Pero este planteamiento, aparentemente justo y atractivo, adolece de una falla fundamental: la de no esclarecer el camino concreto, derivado de las condiciones existentes, para llevar a los humanos de un mundo enajenado (feudal o capitalista) a su emancipación social socialista.

Para Marx, los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna, pero sin las luchas y los peligros que necesariamente encierra. Su ideal es la sociedad existente, depurada de los elementos que la corroen y revolucionan: una sociedad burguesa con burguesía, pero sin el proletariado. Como es lógico, la burguesía se representa su mundo, como el mejor de los mundos posibles. El socialismo burgués, eleva esta idea consoladora hasta diseñar un sistema social completo o casi completo.



Pero los verdaderos sistemas socialistas y comunistas, son los sistemas de Saint-Simon, Fourier, de Owen, etc., brotan en la primera fase embrionaria de las luchas entre el proletariado y la burguesía. El socialismo aspira a mejorar las condiciones de vida de todos los individuos de la sociedad, incluso de los más acomodados. Por ello, no cesan de apelar a la sociedad entera sin distinción, e incluso se dirigen con preferencia a la propia clase dirigente. Abrigan la seguridad, de que basta conocer su sistema social, para percibir que es el plan más perfecto posible, para la mejor de las sociedades posibles.


En líneas generales, el socialismo se ha definido históricamente como programa político de las clases trabajadoras que se ha formado en el transcurso de las revolución industrial. La base común de las múltiples variantes de socialismo puede establecerse en la transformación sustancial del planteamiento jurídico y económico fundado en la propiedad privada de los medios de producción y de intercambio, en el sentido de crear una organización social en la cual:

a) El derecho de propiedad está fuertemente limitado.

b) Los principales medios económicos están bajo el control de la clase trabajadora.

c) Su gestión está dirigida a promover la igualdad social (y no solamente jurídica o política), a través de la intervención de los poderes públicos. 

Ejercicio. Sintetiza el pensamiento de Noam Chomsky, acerca de socialismo, en una cuartilla.



Información complementaria:

La dictadura del proletariado
Escrito por Valdimir Ilinch Lenin en El Estado y la Revolución.
Agosto de 1917.

Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista -prosigue Marx- media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado...

La sociedad capitalista, considerada en sus condiciones de desarrollo más favorables, nos ofrece una democracia más o menos completa en la república democrática.

Pero esta democracia se halla comprimida siempre dentro del estrecho marco de la explotación capitalista, y por esta razón es siempre, en esencia, una democracia para la minoría, sólo para las clases poseedoras, sólo para los ricos... Partiendo de esta democracia capitalista -inevitablemente estrecha, que repudia por debajo de cuerda a los pobres y que es, por tanto, una democracia profundamente hipócrita y falaz-, el desarrollo progresivo no discurre de un modo sencillo, directo y tranquilo «hacia una democracia cada vez mayor», como quieren hacemos creer los profesores liberales y los oportunistas pequeñoburgueses.

No. El desarrollo progresivo, es decir, el desarrollo hacia el comunismo, pasa por la dictadura del proletariado, y sólo puede ser así, ya que no hay otra fuerza ni otro camino para romper la resistencia de los explotadores capitalistas... A la par con la enorme ampliación de la democracia, que se convierte por vez primera en democracia para los pobres, en democracia para el pueblo, y no en democracia para los ricos, la dictadura del proletariado implica una serie de restricciones impuestas a la libertad de los opresores, de los explotadores, de los capitalistas. Debemos reprimir a éstos para liberar a la humanidad de la esclavitud asalariada; hay que vencer por la fuerza su resistencia, y es evidente que allí donde hay represión hay violencia, no hay libertad ni democracia.

La idea del socialismo en la historia
Por Enrique González Rojo Arthur

Aunque hay muchos antecedentes del “socialismo” (en la sociedad primitiva, en el primer cristianismo, en las organizaciones comunales del medioevo –la marca alemana, la zádruga de los sud-eslavos, el mir ruso, etc.), el socialismo moderno nace en la primera mitad del siglo XIX , sobre todo en Francia e Inglaterra.

Las relaciones de producción generaron el socialismo, al que podemos denominar ideología de la clase obrera. A partir del medioevo, los trabajadores habían atravesado cuatro grandes etapas: la producción artesanal –que corresponde principalmente al feudalismo-, la cooperación simple, la manufactura y el maquinismo– que se asocian al capitalismo. El proletariado organizado por sus condiciones de trabajo, y víctima de una explotación multilateral inmisericorde, repudia la desigualdad y sueña con su emancipación. Algunos miembros de otras clases –baja nobleza, burgueses y, sobre todo, intelectuales- se hacen eco de esos sentimientos igualitarios (herederos de los de la Conjuración de los iguales) y elaboran un ideario al que acabó por dársele el nombre de socialismo. Este socialismo incipiente tiene también sus antecedentes inmediatos: uno, anterior a la Revolución Francesa, en Rousseau; y otro, en el proceso mismo de la revolución, en el movimiento de los igualitarios (Babeuf, Buonarroti, etc.). Los primeros socialistas son intelectuales. ¿Por qué? Porque el intelectual, al tener como base de su posición social, no un título de nobleza ni una propiedad industrial, sino sus conocimientos, posee la autonomía suficiente para pronunciarse a favor de la igualdad.

Los socialistas premarxistas no tienen una idea nítida de las clases sociales. Como no entienden con claridad la relación entre la estructura económica y las relaciones sociales que se polarizan en clases, carecen del concepto de antagonismo. Las clases están contrapuestas, tienen intereses en pugna y son la manifestación de la desigualdad más frapé de la sociedad moderna; pero, apelando a ideales humanistas y echando mano de la buena intención, esos intereses pueden armonizarse primero e irse modificando poco a poco, vía un decidido reformismo, hasta lograr la verdadera igualdad.

Para llevar a cabo lo anterior se requiere la presencia de la filantropía. La liberación de la clase trabajadora es obra de las buenas conciencias. Aquellos capitalistas o nobles o intelectuales que aman al prójimo –como recomienda el mandamiento judeo-cristiano- serán los promotores del gran cambio para llevar al “cuarto estado”-como decían Babeuf y Buonarroti, aludiendo al proletariado- al poder. Si Lenin está convencido de que un factor externo al proletariado –la intelectualidad revolucionaria organizada como partido- es la conditio sine qua non de la conciencia socialista y la toma del poder por parte de los obreros, el primer socialismo cree que otro factor externo, pero ahora a los explotadores –la intelectualidad filantrópica- es el elemento imprescindible para lograr la anhelada igualdad. El filántropo es, en efecto, el encargado de convencer a los industriales y comerciantes a que hagan a un lado el “egoísmo de sus intereses privados” y sienten las bases, con una serie de reformas -que incluyen la formación de mutualidades, falansterios, bancos obreros, etc.- para un régimen igualitario y feliz.

Otra característica del socialismo –que llamarán utópico los marxistas- es el voluntarismo. Los socialistas utópicos no logran en general acceder, ya no digamos al materialismo histórico, sino ni siquiera al materialismo a secas, lo que les lleva a desligar las ideas de los intereses materiales, las proclamas de su posibilidad real de devenir eficaces. Caen entonces en lo que podemos llamar el idealismo de la voluntad. El voluntarismo les hace decir: “la sociedad industrial podrá autoemanciparse si así lo decide”, “el llamado cristiano a la igualdad es todopoderoso porque detrás del negociante y del trabajador está el hombre”.

Avatares de la palabra utopía

La palabra utopía (no lugar) fue utilizada inicialmente, como se sabe, por Tomás Moro en su célebre obra que la incluye en su título. La utopía alude a un régimen que, aunque no existe, o no tiene lugar, podría y debería existir. La utopía nos coloca frente lo que es, lo que debería ser. La utopía se presenta con las atractivas excelencias de lo ideal. Algunas de las utopías más célebres -La ciudad del sol de Campanella (1602), La nueva Atlántida de Bacon (1627), Las aventuras deTelémaco de Fenelon (1699), Viaje a Icaria de E. Cabet (1840), etc.-, presentan este aspecto positivo: son construcciones del espíritu que implican un deseo de trascender lo existente. Se ha dicho en muchas ocasiones que, por más que las utopías pretendan ir más allá del presente e imaginar una isla o un mundo organizado por la razón y la justicia, no les es dable escapar del todo de su momento histórico y que, en alguna medida, no hacen otra cosa que idealizar algunos aspectos del orden existente y rechazar otros, los más negativos, para construir una sociedad imaginaria que sirva de modelo socio-político a los Estados existentes.

Marx y Engels utilizan el término utopía, en un sentido divergente al empleado por los clásicos del género. El uso que hacen de este concepto es francamente peyorativo, ya que identifican el pensamiento utópico con lo puramente imaginario. Seré más preciso: un planteamiento utópico es, para ellos, aquel en el que, aun encarnando algo deseable o francamente mejor a lo existente en sentido ideal, resulta irrealizable en el contexto de su pura formulación. Los utopistas piensan, por ejemplo, que el minucioso diseño de una organización social superior servirá de modelo a las colectividades del presente para iniciar un proceso de perfeccionamiento tendente a reconformarse en el sentido del ideal. Pero este planteamiento, aparentemente justo y atractivo, adolece de una falla fundamental: la de no esclarecer el camino concreto, derivado de las condiciones existentes, para llevar a los humanos de un mundo enajenado (feudal o capitalista) a su emancipación social socialista. Vamos a suponer que la utopía imaginada se identifique con una organización comunista –y éste es el caso de buena parte de las utopías clásicas y de las formulaciones de Owen, Cabet y otros-; si ese es el caso, resulta necesario preguntar ¿qué miembros de la sociedad existente van a empeñarse en la difícil tarea de crear un sistema productivo en el que va a desaparecer la propiedad privada? La sola pregunta nos hace evidente que no todos los integrantes de una nación van a ver con simpatía un programa social transformador de tal envergadura. O dicho de otra manera: la sociedad presente es una sociedad dividida en clases, y las clases no sólo tienen intereses contrapuestos, sino opiniones muy discrepantes sobre el futuro: los poseedores de plano van a estar en contra de la realización de la utopía comunista; los desposeídos, cuando carecen de conciencia de clase, también semanifestarán en oposición a ello. Si no se toma en cuenta, pues, la existencia y antagonismo de las clases, los intereses contrapuestos de las mismas y el grado de conciencia del proletariado –el potencial sepulturero del sistema-, la elaboración y la difusión de un modelo de sociedad desenajenada se queda en planteamiento utópico, como ensoñación sin fundamento, o como propósito –si es que se perfila como tal- decididamente irrealizable.

Reflexiones sobre los conceptos “socialismo” y “utopía”

El par de vocablos que integran la expresión socialismo utópico, por lo general cargan consigo un buen número de imprecisiones y ambigüedades que un estudio como el presente se ve en la necesidad de esclarecer, diferenciar y hallar sus raíces sociales. Si, en un sentido muy general, entendemos por comunismo un régimen basado en la propiedad colectiva de los medios de producción, y por capitalismo un sistema en que impera la propiedad privada de los instrumentos productivos, el término socialismo, desde un punto de vista histórico, ha ocupado un inestable lugar intermedio: en algunas ocasiones ha sido aproximado de tal manera a la noción de comunismo que ha acabado por identificarse con ella; en otras, se le ha acercado tanto a la concepción de capitalismo -en alguna de sus modalidades- que resulta difícil deslindarlo de este régimen. Quizás pudiera decirse que esa oscilación del término se debe a que en la historia han aparecido, y siguen apareciendo, dos tipos de socialismo: el revolucionario y el reformista, lo cual nos explicaría el hecho de que, cuando el socialismo es extremista tiende a confundirse con el comunismo y cuando es reformista -como el de Willy Brandt, para poner un ejemplo- acaba por confundirse con el capitalismo. Probablemente la aclaración que acabo de realizar, no solucione del todo el problema del continuo desplazamiento del concepto de un extremo al otro, porque las expresiones de socialismo revolucionario y socialismo reformista aluden más que nada, o por lo menos implican en general el tipo de vía concebido –reformista o revolucionario- para acceder al socialismo, y lo que se necesita dilucidar es la naturaleza de este régimen a diferencia de otros, si es que existe tal distingo. Transcribiré a continuación una importante aclaración de Engels sobre las razones que condujeron a Marx y a él mismo a titular el Manifiesto de 1847-1848 con el nombre de comunista: “cuando apareció no pudimos titularle Manifiesto Socialista. En 1847, se comprendía con el nombre de socialista a dos categorías de personas. De un lado, los partidarios de diferentes sistemas utópicos, particularmente los owenistas en Inglaterra y los fourieristas en Francia, que no eran ya sino simples sectas en proceso de extinción paulatina. De otra parte, toda suerte de curanderos sociales que aspiraban a suprimir, con sus variadas panaceas y emplastos de toda clase, las lacras sociales sin dañar en lo más mínimo al capital ni a la ganancia. En ambos casos, gentes que se hallaban fuera del movimiento obrero y que buscaban apoyo más bien en las clases ‘instruidas’. En cambio, la parte de los obreros, convencida de la insuficiencia de las revoluciones meramente políticas, exigía una transformación radical de la sociedad, se llamaba entonces comunista. Era un comunismo apenas elaborado, sólo instintivo, a veces un poco tosco; pero fue asaz pujante para crear dos sistemas de comunismo utópico: en Francia, el ‘icario’ de Cabet, y en Alemania, el de Weitling. El socialismo representaba en 1847 un movimiento burgués; el comunismo, un movimiento obrero. El socialismo era, al menos en el continente, muy respetable; el comunismo era precisamente lo contrario. Y como nosotros ya en aquel tiempo sosteníamos muy decididamente el criterio de que ‘la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma’, no pudimosvacilar un instante sobre cuál de las dos denominaciones procedía elegir. Y posteriormente no se nos ha ocurrido jamás renunciar a ella’. No todos preferían el concepto de comunismo al de socialismo, como Marx y Engels. Proudhon, por ejemplo, era de otro parecer. En una carta que escribió en 1844 dice lo siguiente: “El socialismo no tiene conciencia de sí mismo, en la actualidad se denomina comunismo”. La preferencia por el término socialismo tiene en el anarco-individualista Proudhon su razón de ser. Tomando en cuenta, en efecto, que el pensador francés plantea la necesidad de que la sociedad desplace a la política, y que no está en contra de la pequeña propiedad privada, es lógico que el término socialismo le resulte más adecuado que el de comunismo para nominar su tendencia renovadora.

Hay cierta confusión cuando se trata de saber con seguridad cuándo se empleó por primera vez la expresión socialismo. Algunos opinan que apareció inicialmente en Inglaterra: en el proyecto de estatutos, inspirado en Owen, de la “Asociación de todas las clases de todas las naciones” de 1835. Otros, desplazándose al continente, están convencidos de que son los saint-simonianos en general, y Pierre Leroux en particular, quienes primero usaron el término (hacia 1833).

Sea lo que sea, dos cosas parecen seguras: la primera, que el vocablo socialismo surge en la década de los treinta del siglo XIX o en el período de Luis Felipe; la segunda, que el término nace asociado al reformismo más que a la revolución. Si identificáramos el concepto de socialismo con un anhelo de transformación radical, un proyecto anticapitalista o la noción de comunismo en el sentido que le dan a este término Marx y Engels en El Manifiesto, los más célebres socialistas franceses (Saint-Simon y Fourier) no serían socialistas, porque en ellos no existe la tajante negación de la propiedad privada sobre los medios de producción. A reserva de tratar de modo detallado la posición de Saint-Simon, puede asentarse que, siendo para él la contradicción principal del sistema emanado de la Revolución francesala existente entre los parásitos u ociosos y los productores, y entendiendo por esto no sólo los obreros sino los industriales, los técnicos, los científicos, el maestro de Thierry y de Comte, no cuestiona, ni por asomo, la propiedad privada de los medios productivos, cuestionamiento que generaría un peligroso deslinde entre poseedores y desposeídos, cuando a su parecer es necesaria la unidad de ambos para combatir a los elementos parasitarios del sistema (aristócratas, rentistas, alto clero, etc.,). Fourier, por su lado, era un ferviente seguidor de Rousseau y lejos de pensar como SaintSimon en un programa industrial y tecnocrático, era partidario de la organización comunal afín a la pequeña comunidad agrícola. En los falansterios, en efecto, “se preservaría la vida personal y la propiedad privada” y sería una institución “abierta a las inversiones capitalistas: estos requisitos explican a las claras por qué no puede describirse a Fourier como un comunista”. Además de Owen –que sí tuvo una franca etapa socialista (comunista)- eran abiertamente comunistas, o socialistas radicales, los partidarios de Weitling en Alemania y los icarianos, los blanquistas y los saint-simonianos en Francia.

Me trasladaré ahora del concepto de socialismo al de utopía. La utopía es, en el sentido peyorativo de la expresión, no un ideal o un proyecto, la búsqueda o el propósito de la acción, sino la ilusa trayectoria que supuestamente nos conducirá al fin deseado. La utopía padece de la enfermedad de lo irrealizable o la maldición de lo imposible, porque aquello que anhela, si acaso es factible, no puede llevarse a buen término con los medios que emplea o pretende emplear. Tanto el socialismo (reformista) como el comunismo elemental son utópicos porque, independientemente de sus diferentes apreciaciones, por ejemplo, de la propiedad privada, carecen de una concepción justa de los medios indispensables requeridos para la obtención de su escatología. Es importante hacer notar, en llegando a este punto, que (en los siglos XIX y XX y en lo que va del actual) no sólo hay planteamientos socialistas o comunistas utópicos, sino formulaciones capitalistas de igual signo. Más aún. El régimen capitalista no puede vivir sin alentar lo que podríamos designar la utopía de la democracia plena. Las perpetuas invectivas contra la corrupción, los incesantes llamados a la transparencia y la rendición de cuentas, la exigencia permanente de respetar la legalidad o de no violar la constitución adoptada, las proclamas ininterrumpidas de respetar los derechos humanos, las demandas cotidianas de acatar los principios racionales o las normas éticas, etc., son, la mayor parte de las veces, tan fantasiosas como irrealizables. ¿Cómo lograr tales requerimientos en un sistema en que el lucro es el personaje fundamental de la actividad económica, en que el hambre insaciable de dinero y de poder tienen don de ubicuidad, en que la doble moral es el pan nuestro de todos los días?

Todo reformismo superficial es utópico. Los “pequeños cambios” y las grandes promesas, los “avances democráticos” y las constantes postergaciones revolucionarias, no aproximan el régimen capitalista a su disolución, ni llevan paso a paso y gradualmente a la colectividad hacia el socialismo. Lo que hacen más bien es consolidar la formación capitalista, crear falsas expectativas y ser uno más de los factores que impiden o dificultan una transformación profunda. El reformismo no debe ser tomado como fin, sino como medio, no se cansaba de señalar Rosa Luxemburgo, para salirle al paso no sólo al revolucionarismo abstracto y catastrofista, sino al reformismo superficial, oportunista y utópico.

Vuelvo a las relaciones entre socialismo y comunismo. Antes del surgimiento de la concepción marxista madura, como dije, las diferencias entre ambos conceptos no eran siempre del todo claras. Incluso cuando surgen los grandes partidos obreros, como el Partido Socialdemócrata Alemán –después de la desaparición de la Primera Internacional-, el nombre que se le da a la nueva organización es un término más cercano al concepto de socialismo –un apócope de socialismo democrático- que a la noción de comunismo, y la Segunda Internacional, más que nada un conglomerado de partidos socialdemócratas, universaliza esta denominación.

Es importante tomar en cuenta que las reflexiones de Marx acerca de la sociedad futura, lo llevan a plantear la tesis de que no es posible pasar abruptamente del capitalismo al comunismo sin un régimen de transición. De aquí emana la idea de las dos fases: la de transición y la de la fase superior o comunista. Marx caracteriza la primera del modo siguiente: “De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede”. A diferencia de esta primera fase, la fase superior surge ya y se desarrolla sobre una base no capitalista. Marx la caracteriza así: “En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea sólo un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de todos losindividuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!

Para Marx la primera fase de la sociedad comunista es la dictadura del proletariado, es decir, la etapa de transición en que se destruye el sustentáculo material del régimen capitalista –por medio de la socialización de los medios de producción-, se aniquila la fuerza política de la clase burguesa y sus previsibles forcejeos contrarrevolucionarios y se sientan las bases para acceder a la fase superior del comunismo. La palabra comunismo está, por consiguiente, tomada en dos sentidos: en sentido amplio, hace referencia al sistema económico-social que sustituirá a la formación capitalista y del que podemos discernir dos fases: la inferior y la superior; en sentido estricto, alude exclusivamente a la fase superior del nuevo sistema. La primera fase, en cambio, ha recibido el nombre de socialismo. Lenin dice, por ejemplo, “en la primera fase de la sociedad comunista (a la que suele darse el nombre de socialista), el ¡derecho burgués! no se suprime completamente...”, etc.


El socialismo científico –la parte del materialismo histórico que analiza la gestación revolucionaria del nuevo sistema de producción y vida en que “se expropia a los expropiadores” (Marx)- no se limita, pues, a oponer los términos de socialismo y comunismo, como ocurría con los socialistas premarxistas, y sigue ocurriendo con muchos “teóricos sociales” de la actualidad, sino que establece una vinculación dialéctica de principio entre el socialismo, como fase primera, transitiva, y el comunismo como fase superior.

Fuente: http://www.enriquegonzalezrojo.com

Ejercicio. Ve el siguiente documental, que está compuesto de cuatro cápsulas, en especial las historias de vida y testimonios de las esposas de los trabajadores despedidos de Industria Vidriera del Potosí.

¿Cómo está ejemplificada la lucha de clases en este documental? Relaciona lo anterior con la idea de socialismo. 




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