El sujeto
paradigmático fundante de la modernidad, el “ego cógito” cartesiano, es
sustancial en cuanto que existe por sí mismo y su atributo esencial es el de
pensar, actividad que por sí sola parece sostener su existencia, en su
condición sustancial-esencial de sujeto pensante. El sujeto pensante existe por
sí mismo, en el sentido de que no depende de la sustancia extensa para existir;
no procede de ella ni precisa relacionarse con ella para seguir existiendo como
aquello que esencialmente es.
La pretensión
del conocimiento por la razón sola, en cuanto fundante del conocimiento científico
y de sus aplicaciones técnicas, hace que el sujeto de conocimiento se
autoconciba anterior, superior e independiente de la presuntamente subsidiaria
condición de sujeto de acción, es decir, del sujeto actuante.
Lo anterior
promueve la unilateralidad no ya sólo del conocimiento en el que el yo pensante es el sujeto y todo lo
demás (que es la alteridad no pensante) es el objeto, sino también de la acción
en la figura del individuo poseedor-calculador, que es la expresión (en el
terreno económico-jurídico-político) de aquel sujeto que reduce la racionalidad
al mero cálculo costo-beneficio, es decir, con referencia a su interés
individual, en competencia con los otros intereses de individuos que se
orientan del mismo modo.
Si es cierta
la tesis que enuncia que, bien miradas las cosas, los seres humanos se proponen
siempre solamente los fines que pueden realizar, entonces el “sujeto actuante” es
el responsable de discernir los fines “técnicamente posibles”. Por tanto, este
último sujeto y no el "pensante" estaría en la base (como su
condición de posibilidad y de sentido) de la subjetividad que concibe los fines
“teóricamente posibles”.
El
conocimiento determina las condiciones y posibilidades de la acción, pero
también la acción determina las condiciones y posibilidades del conocimiento:
esto opera como fundamento en toda la historia del conocimiento humano y se
hace cada vez más visible en cuanto tienden a borrarse las fronteras entre la
ciencia y la tecnología, en tanto el conocimiento implica cada vez más una
intervención en la realidad que habilita no solamente a “suponer” un orden del
mundo distinto al que se presentaba por naturaleza,
sino a implementarlo técnicamente. Esta teoría del conocimiento destaca la
necesidad de comprobar el pensamiento por medio de la acción, si se quiere que
éste se convierta en verdadero conocimiento.
Información complementaria:
El sujeto de
la enunciación es un sujeto de discurso. Sin olvidar que el discurso es una
práctica que hace parte de un universo que puede identificase como universo discursivo, no debe perderse de
vista que este último hace parte de un universo histórico-social, por lo que
está atravesado por las relaciones, tensiones y conflictos de las prácticas
constitutivas de esa totalidad, las que expresa y en las que interviene desde
su propio nivel.
Claramente este
sujeto no es trascendente, esencial o metafísico, sino que es empírico e
histórico y su condición de sujeto de la enunciación, hace que sin dejar de ser
individual sea al mismo tiempo colectivo, en razón de las mediaciones y relaciones
entre lo social y lo individual. La condición colectiva-individual de este
sujeto de la enunciación, implica tener presente que la relación comunicativa
no es entre un sujeto emisor y un sujeto receptor, sino entre sujetos
emisores-receptores, en los diferentes circuitos y a través de los diferentes
canales de comunicación. La “subjetividad” dice acerca de la “historicidad” de
este “sujeto empírico”; de su capacidad de irrumpir en la historia y
decodificar las totalidades opresivas dominantes establecidas (llámense
“estructuras”, “sistemas”, “instituciones”, “ley”, “Estado totalitario”, etc.).
En la
filosofía marxista de la historia, el presente no es de reconciliación con el
pasado, sino de la más radical contradicción. La reconciliación se desplaza al
futuro y su figura no es el espíritu absoluto, sino la sociedad sin clases. Se
pasa así del sujeto estructuralmente determinado, a través de la comprensión de
su lugar y de su papel en la transformación de las instituciones, a través de
un proceso revolucionario en el que deviene un sujeto más allá de las
estructuras de dominación y explotación vigentes, constituido por productores
libres que se relacionan directamente.
Se trata de
un sujeto que se constituye por el desarrollo de un punto de vista crítico, que
no es otro que el de la emancipación humana desde sus condiciones objetivas de
existencia, proceso de auto-constitución que supone el desmontaje de las formas
de dominación estructurales, sistémicas e institucionales, así como de los
discursos de explicación-legitimación que las expresan y acompañan.
El ser humano
se auto-concibe como sujeto en la modernidad. El modo fundante de su afirmación
como “ego cógito” ―sujeto individual y universal, sustancial y esencial,
abstracto y metafísico― opera como fetiche que invisibiliza y destruye al
sujeto real. La perspectiva crítica (emancipatoria) desde América Latina,
fundamenta un sujeto-otro que da respuesta a la visión fundante de la
modernidad; la que alcanza también a otras visiones crítico-emancipatorias de
la misma modernidad, así como a las visiones objetivamente anti-emancipatorias
de la posmodernidad.
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